Saturday, February 7, 2009

el primer capitulo de mi libro "el rey dentro de mi"

El Rey Dentro de Mi

Destruyendo Aldenberg

 

 

1

El Comienzo

Ultima semana del mes de julio, dieciocho años atrás.

En un rincón desolado del parque municipal todo lucía normal y tranquilo. Una señora jugaba con su perro muy alegre. Ella lanzaba la pelota y el lindo labrador dorado la buscaba, no había más gente por el área. En una pequeña loma de hierba un rayo calló luminoso, con el ruido de un silbido en el viento. El perro salió corriendo a esconderse tras el regazo de la mujer quien se había levantado de la impresión. Era difícil ver lo que había pasado. Entre la polvareda y el humo que se habían formado, cinco figuras muy altas empezaban a notarse tranquilas e inmóviles.

La señora, movida por la curiosidad y la angustia, avanzó un poco con aire expectativo_ hay alguien ahí?_ su voz retumbó haciendo eco, ella seguía avanzando pero el animal la mordía por el vestido de campo hacia atrás, como si sintiera lo raro del asunto. Entre las sombras y la nube de polvo se escuchaban susurrantes y extrañas voces de mujer y hombre; la señora volvía a preguntar_ he escuchado algo, alguien ahí?_ en respuesta, una de las siluetas murmuró algo inentendible, parecía arameo. Repentinamente un par de rayos y chispas, azules y rojas dispararon y dieron a la mujer en el pecho. Esta no hizo ningún ruido, (puesto que no tuvo chance de darse cuenta), solo se llenó de una luz morada q iluminó sus ojos y luego de pocos segundos dio de bruces con el suelo, estaba muerta. El perro ladraba hacia el origen de los rayos y chillaba halando a su dueña. Segundos después cayó de la misma forma.

_ Por qué hiciste eso?_ dijo una de las voces, sonaba aburrida y fría, pedante_ No hemos visto el lugar y ya estas rompiendo la paz_

_ Desde cuando te importa que hago?_ Decía una voz sin dar importancia al hecho de que una persona acababa de ser acecinada_ Estoy segura de que este es el lugar indicado, despreocúpate_ La voz de mujer era áspera, típica intimidante de una mujer amargada e insufrible. 

_Yo no me preocupo… pero eres insoportable, lo sabias?_ respondió con tono de reproche y amargura

_Brillante, por eso insoportable_

_Nadie ha de ser muy brillante para lograr ese efecto en una mujer común_ decía otra voz masculina en tono de burla.

_ Ya basta! Ustedes tres, andando_ Una tercera voz de hombre había interferido, esta era más dulce y tranquila, como la de un anciano abuelo, o un sabio profesor_ Vamos, vamos, tenemos prisa.

_Tenemos que separarnos, nos encontraremos aquí en media hora_ Dijo otra mujer, quien se había mantenido en silencio.

_Eso es mucho tiempo_ Habló la voz fría _ Nos encontraremos aquí en el momento indicado. El Rey Thomas no puede esperar más, hemos demorado suficiente.

_Y como hemos de saber cuando es el momento indicado?_ dijo la mujer de voz áspera.

_Una pregunta muy estúpida para una psíquica envuelta en asuntos Reales _ dicho esto un hombre rubio hecho a andar mientras los otros reían y la mujer protestaba.

_ Te las vas a ver mal Edrian!_ La mujer, de mal humor emprendió su camino a experimentar. Al salir de la polvareda se pudo notar una mujer alta, de poco más de cincuenta años. Llevaba una extraña bata color morado cubierta de piedras preciosas y bordados con hilos dorados. Sobre esta llevaba un inmenso abrigo que parecía de piel de lobo, era gris y muy largo. Se veía muy bien combinada con las puntas de las botas doradas que salían bajo la vestimenta con cada paso. La mujer tenía la cara un poco golpeada. Estaba pálida y cansada, como si hubiera estado corriendo desde hacia mucho rato. Llevaba el pelo muy extraño, una maraña de rulos negros que parecía haber formado un peinado en algún momento, pero ya no era atractivo. El nombre de esta mujer era Angola.

Los demás psíquicos salían de las tinieblas en distintas direcciones. Edrian, era el más joven, más o menos treinta años. Un hombre rubio, de cabello largo y liso agarrado en una cola. Corpulento, vestía un traje extraño del mismo estilo que los demás. El de él era blanco, un sobretodo de algún tipo de piel, incrustado en diamantes y un estilo diferente de traje cerrado que daba un aspecto muy raro, como antiguo, pero a la vez muy elegante. Llevaba una espada de oro guindando en la cintura que destellaba con el caminar al dar con el sol.   

Dos de los hombres caminaron hacia el norte, pasaron sobre la mujer muerta y el perro ignorándolos por completo. Pero unos cuantos pasos después ambos chasquearon los dedos; los dos cuerpos inertes se elevaron como si nada y se desplazaron hacia un lago. En medio de este se detuvieron para luego caer al fondo

_Mejor que no los vean todavía_ Dijo el hombre de la derecha mientras veía el lago ondulante, era el más viejo de todos, ochenta años al menos, pero caminaba muy derecho y con energía, como cualquiera de los otros. Llevaba el cabello gris hasta los hombros y una barba corta y despareja; como de quien tiene unas cuantas semanas sin rasurarse. Usaba una túnica blanca y botas puntiagudas de metal plateado. Llevaba una capa azul oscura con bordados de plata. Su nombre era Coniac.

_Ya lo creo, tengo la idea de que no pasamos desapercibidos_ El personaje de voz fría era un hombre alto, más que cualquiera de los demás; llevaba pelo corto y oscuro, piel clara y apariencia severa, sin embargo, rasgos faciales perfilados. El hombre venia vestido de gris.

_Tonterías Dylan_ Ambos hombres se miraron y siguieron su camino hasta llegar a una avenida muy concurrida.

La última mujer era una hermosa pelirroja. Se veía nerviosa e hiperactiva, una persona que llevaba semanas sin dormir. Vestía una túnica negra y no llevaba abrigo. Fue la primera en desaparecer de vista al entrar entre unos pinos. Alana lucía agotada.

 La ciudad de Weston lucía calmada y monótona como de costumbre; sus calles extremadamente limpias, riegos mojando todo jardín y avenida posible, palmeras abundantes y lagos por cada esquina, con uno que otro cocodrilo. Una ciudad muy tranquila, donde nadie esperaría escuchar de un problema, un crimen o un escándalo.

Era lunes, toda la mañana había sido de calor penetrante, de esos que se reflejan en la distancia como si se evaporara el horizonte. Las personas estaban agotadas de la humedad; los niños en las piscinas y las madres y señoras de limpieza dentro de las casas, evitando llevar demasiado sol. Toda tienda, todo local obligado a repartir agua; la gente que caminaba por las calles parecía estar llorando, arrugando las caras para evitar el sol. En alguna y otra avenida un carro recalentado y un montón de policías alrededor como si se tratara de un accidente fatal.

Los cinco personajes de apariencia extraña, que parecían disfrazados de reyes caminaban por el medio de las calles observando todo muy tranquilos. Se paseaban ignorando las miradas incrédulas de la gente ante la vestimenta, totalmente inadecuada para la temperatura. Cada uno caminaba por distintas áreas de la ciudad con mirada perdida; como si pudieran escucharse los pensamientos entre ellos a varios kilómetros de distancia. Cuando lograban pasar desapercibidos desaparecían y aparecían en otro sitio. Observaron así todo el sur de la florida.

Pasados diez minutos una luz blanca inundó la loma del parque y los cinco sujetos regresaron.

_ Tomaremos esta dimensión, es perfecta... Ya comencé el proceso_ Dijo Angola.

_Quieres decir que el calor asqueroso es culpa tuya?_ dijo Dylan mientras se quitaba el abrigo y lo hacia desvanecer.

_Gente débil y cansada nos facilita el trabajo, de acuerdo? _ dijo arrogantemente_ por eso la temperatura_ Añadió mientras los demás, aunque no se veían muy felices, asintieron en gesto de aprobación.

Después de observarse por un momento, habló el anciano_ Manos a la obra, es un trabajo duro, pero recuerden… la gratificación será tan grande como el sacrificio que hagamos para obtenerla_ Terminó con voz confortadora. Todos se dedicaron miradas de aliento y sin mediar palabra, se desvanecieron. 

Esa mañana, rondando las ocho y media, el calor abordó inhumano. Angola sabía lo que estaba haciendo. Aunque no había sol, los carros recalentados seguían amontonándose en los canales para bicicletas. Las personas se acumulaban en tiendas, se empezaba a perder el control. Poco más tarde de las nueve y cuarto, cantidades anormales de personas caminaban por las calles, hombres sin camisa con la corbata amarrada en la frente, empapados en sudor, niños semidesnudos y mujeres con los zapatos en la mano. Nadie se preocupaba por los automóviles, sino por llegar a un aire acondicionado, un  sitio fresco.

Pasadas las diez todas las avenidas estaban abarrotadas de automóviles humeantes y personas agotadas, bañadas en sudor, deshidratadas. No faltó mucho para que el gobernador de Florida declarara que algo estaba pasando. Las personas por toda la autopista, lejos de cualquier sitio donde entrar a un buen aire acondicionado, empezaban a perder el conocimiento. Poco a poco era más gente la que prefería ahorrar sus energías. Sentados en las barandas por brisa, o bajo los camiones por sombra. El servicio de emergencia estaba colapsando, recibían llamada tras llamada sin poder hacer más que dar refugio.

Para la una de la tarde el estado era un caos total, los aires acondicionados de las casas empezaban a descomponerse. Miles de personas, confundidas por el ambiente desértico que empeoraba, se abarrotaban contra el hospital con niños asmáticos, bebes y ancianos asfixiados. Las piscinas y lagos de toda la ciudad estaban por terminar de evaporarse, la situación se tornaba más desesperante. La cifra de muertes, desconocida para todo el mundo, empezaba a aumentar. Las playas de todo el sur de Florida se abarrotaban de gente, pero poco duraban antes de correr hacia fuera por las elevadas temperaturas del agua. Era todo un caos, las casas cuyos aires aún funcionaban, ya no eran sitios privados; se llenaban de gente en cuestión de minutos.

La ciudad se encontraba en pánico. Un escándalo de gritos llantos y explosiones de transformadores, postes y vidrios convertía a Weston, Miami, Fort Lauderdale y todas las áreas cercanas en un desastre.

 No se podía escuchar claro entre los ruidos, cuando del cielo surgió un repentino, violento, pero muy silencioso relámpago de luz. Parecido al de una tormenta, pero totalmente horizontal y de un rojo vivo, que logró una combinación alucinante de colores por todo lo alto. Todos estaban cautivados, veían al cielo en silencio profundo. No se escuchaba nada en absoluto; segundos después alcanzaban a escuchar un pequeño silbido; era el viento, otro rayo, y otro. Misteriosamente el calor cesaba, dando paso a una brisa tenue, fresca. Empezaron los murmullos de alegría. A los pocos minutos jóvenes se paraban corriendo en los techos de los carros con los brazos extendidos. La gente salía de las casas, con miradas de sorpresa y asombro.

A lo lejos, fuera del alcance de  vista de cualquiera se encontraban estos extraordinarios hombres, elevados a miles de pies de altura, flotando. Dylan al norte, su esposa, Alana, al sur, Edrian en el este, Angola en el oeste y Coniac en el centro. Estaban a kilómetros de distancia el uno del otro, quietos y con los brazos extendidos hacia los lados. De las palmas de las manos surgían de vez en cuando relámpagos rojos de infinitas longitudes que iban a dar a la mano de otro, como si formaran una red.

_No se detengan!_ retumbaba la voz de Coniac dentro de sus cabezas, de la misma forma que sonaría tenerlo al lado, pero con eco.

_Sigamos así, falta poco, se está formando la tormenta!_ Alana se comunicaba ahora, todos se alentaban hablando por pura y simple telepatía. La brisa y la lluvia les azotaban las ropas y el cabello en las caras, estaban mojándose, pero ninguno se movía.

Las dudas reinaban en la ciudad, pero la tristeza de algunos y la resignación de otros empezaban a desaparecer para dejar llegar la esperanza que traía el fin del calor y dar paso a la lluvia. Todos abajo parecían disfrutar de la brisa y el agua.

El viento empezaba a soplar con más fuerza, el silbido era violento. El agua golpeaba con ímpetu, los postes se meneaban peligrosamente. Las palmeras perdían las ramas, poco a poco se salían de la acera. De pronto la brisa se tornó fría; era ahora el frío el que aturdiría. La lluvia se torno hielo, rompía ventanas y golpeaba fuerte al caer. Otro rayo rojo iluminó el cielo, pero no quedó solitario. Fue rápidamente seguido por una cantidad incontable de ellos, que ahora no desaparecían. Se fue formando una red de luces rojas, negras y de toda una variación de tonos de estos colores creada por los psíquicos. Parecía soltar vapores, el fin del mundo, la red fue tomando forma de medio círculo de manera horizontal, cual tapa de bandeja de comida.

Arriba los psíquicos se daban señas mentales que indicaban que era hora de empezar a descender. Ahora se notaba que estaban haciendo fuerza bajando los bordes de la red. Parecían querer encerrar la ciudad en una inmensa roja bola de pánico. Era incontrolable ahora, la brisa soplaba con más fuerza, en cinco minutos la ciudad enfrentaba un huracán helado. Los postes silbaban, los carros atravesados hacían daño a personas que se estrellaban a dolorosas velocidades. Un chico que sosegaba su desespero con risas, gritaba desde el techo de una camioneta que el mundo se acababa, el Apocalipsis había llegado. No faltó mucho para que una palmera voladora arremetiera y lo pusiera a dormir contra un autobús.

Se encontraban todos en una mezcla de huir y volar por la brisa al ras de la calle, dando contra todo a su paso. Los gritos eran imparables, el viento no cesaba; la lluvia era más fuerte y la red de relámpagos seguía bajando. Diez minutos más tarde efectivamente había descendido; como si hubiese estado escaneando todo mientras bajaba. El viento se detuvo y el hielo cesó, el ambiente era silencioso pero lúgubre. Todos los que no estaban inconscientes se paraban a verse iluminados, caminando entre olas de luces rojas y lluvia, nadie corría. Había una mezcla de resignación e interés en el asunto, se veían las caras, todos sucios y cortados, algunos peor que otros.

Los psíquicos habían tocado tierra, todos menos Coniac, que se mantuvo elevado porque iba a aterrizar en medio de mucha gente, a diferencia de los demás, que se encontraban en campos y Alana que flotaba al ras de la aguas del océano, lejos de cualquier orilla.

_ Esta es la mejor parte!_ Angola se veía sufriendo de dolor, pero con risas en la cara, comenzaba a mover los brazos de arriba abajo poco a poco; los otros cuatro estaban igual de agotados.

_ Ya no puedo más!_ gritaba Alana dentro de sus cabezas_ me desmayo!

_Alana no! Mujer aguanta estas en el medio del mar por favor! Falta poco!_ Dylan era su esposo, y desesperaba por el sufrimiento de su mujer. Pero su carácter frívolo escondía un poco el miedo. Aunque siendo psíquicos era un poco complicado esconder lo que pensaban; todo dependía de quien era más poderoso.

_Alana! Si nos detenemos se acaba todo!... en vano!_ Coniac se tornó severo.

Edrian no hablaba, solo hacia toda la fuerza que podía para mantenerse en pie.   

Todo empezó a elevarse unos centímetros en el aire, levitando en un escándalo de desesperación. Las cortinas en las ventanas se extendían hacia el techo, los carros emitían ruidos metálicos mientras se elevaban más. Todo el mundo gritaba y manoteaba hacia abajo con desespero a medio metro del suelo, los niños chillaban. En que posible situación pasaba esto, tenía que ser el fin del mundo, o un ataque extra terrestre. Las mujeres se desmayaban del miedo, hombres lloraban y gritaban. Ya no había hombría para consolar a ningún hijo ni esposa, miedo era lo único que brotaba de sus rostros.

En las oficinas de gobierno, la desesperación era la misma. El gobernador se había encerrado en su despacho y minutos después de que todos empezaran a elevarse en el aire se escucharía dentro un disparo. Nadie podía hacer nada, visitantes y empleados forcejeaban con los escritorios y sillas para no elevarse, pero estos también se iban arriba. Los teléfonos no paraban de sonar, llamadas de todo el mundo entraban, se activaban contestadotas, mensajes uno tras otro con voces e idiomas de todo el mundo. Un mensaje en particular desesperó a todos los levitantes; el gerente del cementerio de Davie, una zona cercana a Weston, anunciaba con desespero que todas y cada una de las tumbas habían estallado. Pedazos de tierra concreto y grama flotaban en el aire, junto con la horrorizante escena de cuerpos sin vida, de diferentes años elevándose inmóviles y golpeados por el óxido del tiempo.

En un instante todos empezaron a sentirse diferentes. Las respiraciones se tornaron fuertes, cansadas, agotadoras, un grito de ayuda por allá, uno más desesperado por aquí. Pero nadie ayudaría, todos estaban en la misma situación, nadie podía moverse. Aumentaron el sufrimiento y la impotencia, los brazos se extendían hacia abajo, las piernas se abrían extendidas apuntando al suelo. Los pies señalaban puntillas hacia abajo, y las miradas hacia arriba. Se erguían forzadamente, los huesos sonaban, el traqueteo era fuerte; gritos, llantos, maldiciones e insultos. Luego los relámpagos entraron por el pecho de todas y cada una de las personas, haciendo q la luz salga por sus ojos, oídos y bocas violentamente. Acecinándolos a todos en un instante.

Entre cuatro de los psíquicos empezaba a sentirse alegría un poco sádica, lo estaban disfrutando, pero Alana no se sentía igual.

_ No puedo más! Nunca entrené para esto, es demasiado!_ gritaba desesperada de forma chillona. Los rayos ondulantes la estaban presionando, cada vez bajaba más. Los pies ya sumergidos en el agua y la masa roja empezaba a levantar violentamente el mar. La brisa le echaba agua a la cara, se estaba ahogando.

_Resiste mujer nos mataras a todos!_ Dylan sentía que debía aparecer al lado de ella y rescatarla de morir ahogada; pero era más fuerte la parte de su mente que lo hacia quedarse donde estaba.

_ Lo siento_ escucharon todos en sus mentes.

_No nos hagas esto!... Alana, no!_ pensó Edrian para todos, resistiendo la fuerza.

_ Alana tu puedes hacer esto, no desistas_ Coniac intentaba sonar lo menos agotado posible. En sus mentes podían escuchar lo que parecía Dylan llorando, pero no estaban seguros. Dylan se había bloqueado, con lo agotados que estaban todos, nadie podía escuchar lo que pensaba o decía a Alana.

_Dylan!_ gritaban Edrian y Angola con angustia.

_Déjenlos, concéntrense, y prepárense. Alana nos va a dejar._ Coniac parecía haberse resignado. Su comentario les dio a todos como el más duro de los latentes rayos de luz. Pero ni Dylan ni Alana parecían haber escuchado.

Edrian se concentró un poco más y con un gran esfuerzo afinó la vista. Se sentía como viajar en una tormenta a la velocidad del sonido. Como si Edrian hubiese volado a donde estaba Dylan. Kilómetros de distancia; sin haberse movido. Dylan estaba llorando y hablaba. Edrian intentaba leer sus labios pero no podía. Otro intenso viaje y Edrian veía a Alana. Ella también hablaba, lloraba mucho más fuerte. El hombre pensó duramente en traer su cuerpo a donde su vista observaba. Salvar a Alana, estaban juntos en la misión.

_Entramos juntos, nos vamos solos_ La voz de Coniac se escuchaba en susurro_ Entramos juntos, morimos solos… Todos lo sabíamos Edrian_ El hombre volvió la vista a donde su cuerpo estaba, tomando un extremo de la majestuosa red de luces.  

Alana no resistiría mucho más; ya el agua le daba por las rodillas, estaba empapada. Empezaba a sentir como soltaba la red, pero no quería. Se estaba esforzando para controlarlo, el poder de los relámpagos era increíble. La estaba destruyendo como a todos los humanos. La presión dentro de su cuerpo la retorcía, mientras en su mente todos le seguían gritando que resistiera, que tenia que hacerlo. Estaban extremadamente preocupados, excepto Angola que parecía molesta y agresiva.

 

Ninguno podía abandonar su posición, todo abría sido en vano. Alana no pudo más, gritaba fuerte, no en su mente, de verdad estaba gritando. Los rayos rojos iluminaban el agua, toda florida estaba oscura por la tormenta. La red se descontrolaba y le daba latigazos; uno le dio en la cara, le abrió una herida. Tenia la cara cubierta de sangre, agonizaba. No podía permitir que la luz entrara, se demostraría débil, humana.  El agotamiento y el dolor tomaron control, aunque la valentía y el coraje no la dejaban soltar.

Otro rayo le dio en el pecho logrando entrar haciéndole daño a todo su cuerpo, a su mente. Luz roja salió de sus ojos violentamente, haciéndole suspirar y perder el conocimiento. La cabeza se fue hacia atrás, viendo al cielo, pero ella no cayó; se mantenía en el aire por todo el poder que la rodeaba. Aunque no podía mover su cuerpo, su mente seguía activa, pero se estaba desvaneciendo, la dejaba ir. Unos metros detrás de ella flotaba un bonito yate blanco, un hombre y una mujer gritaban desesperados e inmóviles. Los motores a toda marcha moviendo el agua, pero sin avanzar en ella. Atrapados por la cantidad de energía alrededor 

Alana, aun estando inconsciente podía sentir la agonía de estas personas sumándose a la suya. Sin ella mover un dedo la mujer y el hombre cayeron al piso del barco; no volverían a levantarse.

    

Como si se tratara de una radio sin volumen, todo quedó en silencio, mudos, los humanos desprendidos de las lenguas, un silencio penetrante; dentro y fuera de toda casa la gente se veía flotando, con su ultima expresión facial, agonía. Hubo dolor, era visible sin necesidad de sonido alguno. Los psíquicos les arrancaron las vidas. De la nada, con un gigantesco trueno, un ruido explosivo tan fuerte que algunas ventanas se rajaron. Todo se iluminó fuertemente por un segundo y todas y cada una de las personas ascendieron un poco más junto con la red de luces que se sacudía como olas en el aire. Surgió del centro una onda expansiva, arrasadora como la de una bomba nuclear, pero sin el fuego. A medida que la onda avanzaba, los cuerpos  desaparecían violentamente.

_Ya lo logramos!_ gritó Angola con euforia dentro de sus cabezas. Pero la voz de Coniac le tumbó el poco ánimo que los mantenía_ Viene lo más fuerte resistan!_

La misma onda expansiva enviada desde el centro, la que había eliminado todas las almas de la ciudad, se desplazaba hacia ellos. En el momento del impacto, todos fueron golpeados por una masa de aire increíblemente rápida, entre gritos y forcejeo se batían por resistir.

 

Angola sangraba por la nariz y tenia varios vasos oculares rotos, el golpe la empujó hacia atrás con fuerza; sufría pero lo disfrutaba. Edrian y Dylan fueron lanzados unos metros hacia atrás dando una vuelta, pero se mantuvieron de pie cada uno en un polo de la ciudad. La onda Traía miles de vidrios que habían explotado. Las ropas se reventaron y las narices se rompieron, pero las posiciones no se abandonaron. Todos se enterraron vidrios, pero segundos después las heridas sanaban solas. Los vidrios salían poco a poco y la piel se cerraba. Solo quedaban heridas que lucían diferentes, como especies de quemaduras. En su mayoría, eran hechas por los rayos. 

El caso de Alana no era el mismo, se encontraba flotando de pie, inconsciente con el agua a la cintura. Todo pasó muy rápido, la onda expansiva golpeó a la mujer, desprendiéndola de la red de rayos que la sostenía. Se disparó hacia atrás unos veinte metros y violentamente se clavó en el yate mientras la onda se perdía en la distancia. El barco dio vueltas y Alana se perdió de vista. Estaba muerta y desaparecería en el fondo del océano.

En el momento en que sucedió, los demás, a kilómetros de distancia, supieron que se había ido. El ala de la red que sostenía Alana se disparó hacia los demás como si fuera una liga elástica.

_Estamos perdidos_ dijo Dylan en voz baja, tenían unas horas sin escucharlo_ maldición_

La masa de rayos se acercaba desde el sur a toda velocidad, destruyendo todo a su paso, de no hacer nada, morirían en cuestión de segundos.

_Mantengan sus posiciones!_ El viejo Coniac se desvaneció del centro magistralmente y apareció en seguida detrás de la parte de la red que venia avanzando. Se desplazaba con ella a toda velocidad gritando una especie de conjuro en otro idioma, gritaba haciendo fuerza. Todo lo que quedaba tras la red era polvo, destrucción, escombros. Hasta que Coniac logró abrir un espacio y colocarse en la posición que ocupaba Alana, colocó los pies en el piso, destruía el concreto con las botas, atravesaba casas, se estaba golpeando y destruyendo mas rápido de lo que sus heridas tardaban en curarse. De pronto, con un arrebato de supremacía lo logró. Había detenido el desastre.

_Supongo que no habrá océano a donde vamos_ Dijo después de observar que el área de la red que tomaba el mar ya estaba kilómetros tierra adentro.         

El sur de la florida se convirtió en un pueblo desierto, vacío, todas las personas se habían ido. Los carros y todo lo que flotaba cayó estruendosamente al piso. La masa de rayos empezó a balancearse, calmada; hacía lo que tenia que hacer. Recorriendo todo espacio lúgubre de la ciudad, el movimiento de olas se hizo más violento. Era como si los rayos escanearan todo a su paso haciendo ruidos eléctricos; luego se elevaron violentamente en el aire, llevándose todo por completo. Casas, cosas y porqués, se convirtieron en nada, una especie de agujero  negro  inexplicable, oscuro y vacío. Como si toda el área tomada por la red de rayos hubiese sido eliminada del mapa.

_Lo logramos, estamos en la nada_ se dijeron unos a otros.

Durante unos instantes el agujero se mantuvo quieto, luego hubo un estruendo, una explosión como el Big Bang. Tras ella todo volvió a reaparecer, en perfecto estado de normalidad. Los rayos no volvieron, personas, hogares, carros, palmeras, mascotas y lagos, como si nada hubiese pasado. Todo había regresado unas horas en el tiempo, al lunes treinta de julio, dieciocho años atrás, a las ocho y media de la mañana, sin un muerto, sin un solo grito. La mujer jugaba con su perro en el parque frente a la loma, y nadie apareció ante ella.

En una dimensión paralela, una pagina del mundo donde no había nada en lo absoluto más que un eterno desierto inhabitable, repentinamente hubo otra explosión. Los cuatro psíquicos aparecieron violentamente, mucho más desgastados, todavía controlando la masa de rayos que envolvía la “copia” que recientemente habían tomado de la ciudad.

 

_Dejen ir ahora_ pensó Coniac, y todos soltaron cayendo de rodillas agotados al suelo, los rayos desaparecieron en instantes como absorbidos hacia el centro de la tierra y todo lo que estos habían cubierto momentos antes se vio quieto, y tranquilo.

Los cuatro se desvanecieron y se materializaron como antes en la loma del desierto parque.

_Por que no colocar el escondite en nuestra dimensión?_ preguntó Edrian antes de caer al piso y acostarse.

_ Hubiera sido muy arriesgado… Por más alejado que lo instaláramos siempre hay riesgo de que un ángel lo consiga, o un mago, cualquier criatura_ Todos observaban a Coniac_ En fin, no hay posibilidades de que alguien de cualquier otra especie, traspase a dimensiones paralelas… Quedarían atrapados en el cielo, o el infierno, las inevitables.

_Y veo que no era tan seguro para los psíquicos el hecho de cruzar así. Alana está muerta porque no tuvieron el coraje para defender el reinado. Al fin y al cabo estamos como todas las especies suprimidas. Escondiéndonos._ Dylan estaba sentado, con los ojos en el horizonte, sus puños apretados contra la tierra. Aguantaba las lágrimas y el dolor. Pero lo que nunca supieron los demás, es que a partir de ese momento los sentimientos de Dylan, fiel miembro de la escuadra de caballeros reales, hacia el rey de los psíquicos y rey de reyes Thomas II, se transformaron en odio, asco y resentimiento.      

_ No nos estamos escondiendo, no lo entiendes?_ Si luchábamos contra la sublevación íbamos a convertir nuestro mundo en lo que había aquí!_ Angola señalaba a los lados furiosa_ un asqueroso desierto!_

_Quedaríamos solos Dylan, los destruiríamos a todos_ Edrian estaba destruido como todos, pero a diferencia de Dylan, sabia que nadie era más culpable de su muerte, que la misma Alana.

Dylan se puso de pie sollozando._ Terminemos con esto… Ni una palabra sobre Alana hasta que hayamos terminado_ Los demás se pusieron de pie y emprendieron camino hacia la nueva ciudad. Ninguno mencionó a la mujer caída. Sabían que segundos antes de su muerte ella y su esposo habían hablado en privado mientras flotaban. Y solo ellos dos sabían de qué habían hablado.

Luego de un momento empezaron a caminar por la nueva ciudad, pero no estaba lista, se desplazaron por todo el lugar, haciendo poderosos hechizos; los psíquicos eran una raza de poder mental, pero no como siempre ha sido vista, algo más bien mágico, sobrenatural.

_No tiene límites, se une al desierto_ dijo Dylan con aire desorientado.

Los cuatro sacaron unas bolitas plateadas que llevaban en los bolsillos y las soltaron en el aire, Dylan sacó dos_ De no ser por estas, no hubiera sido posible_ Luego de dar unas vueltas emitiendo silbidos, las bolitas se establecieron flotando, en frente de sus posesores.

_ Que son?_ Pregunto Edrian.

_ Una pregunta muy estupida para un psíquico de este grupo_ Dijo Angola descobrándose la broma.

_ Son canalizadores de energía Edrian, solo concéntrate en ellas, haciendo lo que deseas hacer_ Interrumpió Coniac, han estado ayudándonos desde tu bolsillo todo este tiempo.

_ Entendido_

Voltearon los ojos hacia atrás y las caras hacia arriba, ruidosamente el trabajo de miles de años se logró en minutos, de la tierra surgían extensiones de montañas, bosques impenetrables y luego nieve, todo estaba cambiando. Los psíquicos reían de emoción sorprendidos por la belleza de lo que sucedía, algunos de ellos sorprendidos de lo que podían llegar a hacer.

 

Cuando hicieron aparecer a la gente (también copias exactas de las que habían destruido horas atrás), les cambiaron la forma de pensar, haciéndoles creer que tenían años habitando este mundo, para nunca dudar de por qué podría ser tan pequeño, limitado. Estos nuevos habitantes nunca pensarían en algo como el mar, o en que abría después de las montañas.

_ Hay que hacer más cambios_ dijo Coniac.

Edrian sacó su espada en medio de una calle y con un grito la blandió como si hubiera cortado a alguien con violencia, se escuchó un pitido en el viento y todos y cada uno de los vidrios cercanos explotaron_ Hagamos de este sitio lo más parecido al reinado, eso no incluye lo que cubre las ventanas_ Dijo mientras se agachaba para tomar un pedazo roto_

Luego de haber convertido el mundo en lo que para ellos era perfecto, lo llamaron Aldenberg y con concentrarse unos segundos, todos los habitantes sabían quienes eran y donde vivían.

Los carros se transformaron en transportes de madera, los puentes en la autopista ahora eran sostenidos con troncos inmensos, y carreteras de tierra. Dentro de las casas todo lo moderno era cambiado a un estilo antiguo, para que todo tuviera sentido. Después de unos minutos Aldenberg era perfecto.

_ Ahora podemos irnos, estamos retrasados_ dicho esto los cuatro psíquicos tomaron las esferas de plata flotantes y desaparecieron.   

La vida en Aldenberg empezó muy normal; pero un día después de su origen, el primero de agosto, en el Hospital de Aldenberg, una señora era ingresada a altas horas de la noche, una nueva madre. Había llegado corriendo para ser atendida, con un bebé en manos.

Explicaba el hombre, quien decía ser el padre del bebé, que no tuvieron tiempo de llegar y él había recibido el parto en casa. Que venían a registrar el bebe y a ayudar a la madre; Trevor Hoffman había llegado al mundo.

La señora Clara había estado en una situación muy grave, hubiera sido muy asombroso para el mundo de la medicina que lo lograra.

Mi historia comienza cuando Trevor Hoffman alcanza la mayoría de edad; se encontraba en su último trimestre de bachillerato, pensando que su vida era normal. Viviendo con un padre descuidado y una ausencia inmensa, sin la menor idea, al igual que todo el mundo, de lo que había pasado poco antes de su nacimiento. Un acontecimiento sin sentido alguno, que lo habría puesto en el lugar donde se encontraba ahora, escrito para cambiar su vida.

Los habitantes de Aldenberg estaban acostumbrados a los límites de la ciudad, a nunca traspasar hacia las inmensas montañas nevadas que los rodeaban. De hecho todos consideraban, que más allá de la nieve no había vida alguna, y nadie lo dudaría. Estaban conformes con el pequeño espacio civilizado que tenían; para ellos el mundo era perfecto.

 A la orilla de las montañas había pequeñas colonias, la ciudad se extendía un poco, pero luego de algunos cientos de kilómetros, no había más que eminencias y bosques poblados.

Trevor creció en este mundo, donde por la ausencia de una madre y prácticamente la de un padre, se aprendió a apoyar en algo que todos aprecian en el mundo, los amigos; por quienes daría la vida, sin estar seguro de que la darían por él. Era una persona rápidamente entregada a nuevas amistades, por no saber que algunas veces no hay mejor amigo que uno mismo, y que quien en verdad podía ser su amigo pasaba desapercibido.

1 comment:

  1. Nunca leí algo tan absurdo, parece el guión de un filme clase B.
    ¿Y este/a escritor/a no sabe usar el corrector ortográfico de Word?
    En fin, a cada uno lo suyo.
    Saludos, pariente...
    Héctor Díaz Oldenburg

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